lunes, 28 de diciembre de 2009

La tarántula

-¿Dónde vas a estar mejor que en tu casa?
-En cualquier parte.
-¡Anda que no saliste raro!
-Es que la vida es para caminarla.
-Profundo pensamiento. ¿Te duelen las meninges?
-No. Las tengo encogidas por el frío.
-Ya decía yo...

El par de bachilleres, que parlotean a su bola en el autobús municipal, enmudecen de pronto. No, no... No se ha subido una ballena a bordo, ni un ¡qué guapo soy! La pausa milagrosa -si se puede llamar así al silencio- es debida a una pieza de zarzuela que fluye, eufórica de decibelios, de la radio de un sordo. "La tarántula es un bicho muy malo...". "¡Vive Dios!", exclama uno de los dos mozos, después de que tres mujeres, curtidas en edad, se arranquen de coralistas: "No se mata con piedra ni palo; que huye y se mete por todos los rincones; y son muy malinas sus picazones...".

Pero para comezón de bichejo la que sintió en su momento una viajera que observa y calla. Ella, por soñar con Mozart -varios días seguidos en que su alma estaba de miserere- descubrió que éste tenía un negro haciéndole pentagramas a destajo, mientras él, Wolfang Amadeus, discutía en un puesto del mercado de Salzburgo el precio del azucarillo. Eso no le impedía obsequiar al tendero con el aria de la Reina de la Noche, y recordarse a sí mismo que la música es pura matemática.

La incursión mental no va más lejos. Ha concluido el zapateado de la Tempranica. El hombre con deficiencia auditiva guarda la radio en un bolsillo. Y los mozos rompen en añicos el silencio: "Oiga, frene, frene... Hemos tocado y se pasa de largo la parada".

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