jueves, 12 de agosto de 2010

Adiós

Adiós. Sanseacabó. Estos diálogos del autobús finalizan hoy de golpe y porrazo. Es así como se dicen adiós los amigos. Lo repentino, por breve, encandila un montón. El vértigo mola a la sociedad de futuros relativos. Ella tiene en el cambio el antídoto para no pensar en lo que no se puede comprar con dinero, ni con ná de ná.

- Hale palabras, tiraros por las ventanillas.
- Tú, paráfrasis de lo escrito, vete a tomar vientos
- ¿Seguro que los puntos cardinales son cuatro?
- Supongo que sí.
- ¿No lo sabes?
- De carrerilla, no.
- Pues, ¿cómo osas escribir?
- Porque conozco, al menos, la palabra que pone punto y final a un viaje en cuatro ruedas.
- ¿Cual?
- Adiós.
 
El tiempo barrunta cambio. Un niño escribe su nombre en la arena, ignorante de que la marea borrará en la pleamar todo intento por permanecer más allá de lo finito y concreto.

Adiós. Adiós.

lunes, 9 de agosto de 2010

Carta

La adrenalina, siempre presente, en el hombre pone en esta mañana de nubes bajas su acento en una vieja carta de amor. Un joven habla de ella a un colega en el autobús municipal para que se la escanee y colgarla de su facebook.

El papel recoge la historia de un pecio lleno de congrios y de algas. Su autor, un alumno de la Escuela de Naútica de Portugalete que hacía sus prácticas a bordo de un granelero. La envió desde Boston a su abuela antes de emprender viaje de regreso a Bremen.

El buque, cargado de cereal, desapareció en la travesía y la abuela sostuvo a partir de ese momento que hay naufragios que sobrevienen mucho antes de que realmente sucedan.

“¿Por qué quieres dar a conocer una historia que iba destinada a una única persona?" pregunta el amigo. El interpelado enmudece, como pillado en falta. Toma aliento y responde: “Realmente, no lo sé”. “Cuando lo sepas, la pones en la nube digital, antes no”, replica con contundencia, mientras el pecio le bailotea ante los ojos y el rostro de un joven que se diluye en el agua deja paso a un banco de corales.

Echa pa´alante, pa´alante, dice un viajero, otro y otro, a un joven que dormido de pie en la barra se balancea de un lado a otro pensando que lejos, muy lejos, él navega sin compás ni sextante, a la búsqueda de un querer.

jueves, 5 de agosto de 2010

Chorradas


-En el horizonte queda el rastro de su estela. Ni delfín, ni ballena, ni velero haciendo risas. Es el alma de un niño que anoche se fue a ver de cerca las estrellas.
-¿Te ha dado por la poética?
-No, que yo sepa.
-Entonces habla más sencillo.
-¿Cómo qué?
-Pues eso, que estamos en agosto, que todo es jolgorio y que no hay lugar para tristezas.
-Ya. Ya. Entendido.

El niño que se fue a visitar a Orión no sabía que la ciudad ardía en fiestas. Ni tampoco los viejos refranes que manejó la gente antes de que la aldea global y la concisión que lleva consigo la inmediatez vacua les haga parlar en un castellano rico en ‘vale, mola y guay’.


A la manada, la estampida al sol le gusta; va en sus genes implícitos el polvo y el rayo que retira el aliento, la sonrisa y la palabra.  Cuántas, cuántas generaciones ya en el sueño. Más, todavía no hay quien ose contar si hay un después tras decir amén al infinito.


En el autobús municipal, no había ayer un sólo viajero que desconociera  que José Luis Rodríguez Zapatero, presidente de España, cumplía 50 años. Lo dijo la radio y todos, adultos, jóvenes y niños largaron largaron, en pro o en contra, algo.

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