lunes, 9 de agosto de 2010

Carta

La adrenalina, siempre presente, en el hombre pone en esta mañana de nubes bajas su acento en una vieja carta de amor. Un joven habla de ella a un colega en el autobús municipal para que se la escanee y colgarla de su facebook.

El papel recoge la historia de un pecio lleno de congrios y de algas. Su autor, un alumno de la Escuela de Naútica de Portugalete que hacía sus prácticas a bordo de un granelero. La envió desde Boston a su abuela antes de emprender viaje de regreso a Bremen.

El buque, cargado de cereal, desapareció en la travesía y la abuela sostuvo a partir de ese momento que hay naufragios que sobrevienen mucho antes de que realmente sucedan.

“¿Por qué quieres dar a conocer una historia que iba destinada a una única persona?" pregunta el amigo. El interpelado enmudece, como pillado en falta. Toma aliento y responde: “Realmente, no lo sé”. “Cuando lo sepas, la pones en la nube digital, antes no”, replica con contundencia, mientras el pecio le bailotea ante los ojos y el rostro de un joven que se diluye en el agua deja paso a un banco de corales.

Echa pa´alante, pa´alante, dice un viajero, otro y otro, a un joven que dormido de pie en la barra se balancea de un lado a otro pensando que lejos, muy lejos, él navega sin compás ni sextante, a la búsqueda de un querer.

1 comentario:

  1. Ya nadie escribe cartas. Y, si nos apuramos, ni siquiera correos electrónicos. Las redes sociales lo copan todo. Ahí se cuenta todo

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