lunes, 22 de marzo de 2010

Bocartes

-Ayer, por fin, pude comprar bocartes en la plaza.
-¡Que ricos! Si supieras lo que me pasó a mí.
-¿Qué?
-Sonó el teléfono cuando los freía y los dejé en la sartén.
-¿Se cabreó mucho tu marido?
-Nada, es feminista y además, la llamada era de su madre.

Las dos mujeres se ríen del olvido un buen rato. Tiempo suficiente para que otros viajeros del autobús municipal visualicen la escena de los peces achicharrados; de la ventana que se abre; del humo que se escapa y hasta del disgusto doméstico que pronto se torna alegría porque ¡zas! a la basura y todo arreglado.

Los bocartes, que no tienen conciencia de la fugacidad ni de su nombre, han copado la portada de los periódicos del litoral cantábrico Son las estrellas mediáticas del último minuto. Las fotos de sus cuerpos tiesos en el interior de ataúdes amarillos -que eso son las cajas de pescado- no conmueven a nadie. Todo lo contrario. Es una gloria que -después de un lustro sin capturas- lleguen ahora tempranamente a las lonjas. Hace muchos años, cuando los de secano venían a refrescarse a la costa, se ponían tibios de ellos, de parrochas y sardinas. Era plato de verano. Y precisamente de eso, de los asadores de sardinas al aire libre, hablan las dos comadres, recordando de paso su adolescencia. "¿Te acuerdas?"... "Sí, a a las diez de la noche en casa"...

Un hombre les corta la hebra. Acaba de llegar de Valencia. Y confiesa sentirse muy a gusto lejos de la pólvora. Le gusta la ciudad, la bahía y el viento sur. Ellas le dan las gracias y, antes del adiós, le recomiendan que pruebe unos bocartes. Y él, como despedida, al ver que se bajan, apostilla: "Me da igual que sean bocartas".

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