lunes, 31 de mayo de 2010

Yes


El domingo amanece con morrina. La lluvia menuda que destilan las nubes no es impedimento para que un grupo de turistas británicos se deshaga en elogios de la bahía. El mister que lleva la voz cantante les explica que el pueblo que ven enfrente se llama Pedreña. Luego matiza que la mancha boscosa que aparece a su izquierda es el golf en el que dio las primeras bolas el maestro e hijo nativo del pueblo, Severiano Ballesteros. "¡Oh, yes, yes!" exclaman al unísono ellos y ellas, inundando el autobús de una fusión de tonos agudos y bajos que vibran y se alargan.


Un paisano que va de radio escucha la cabeza se le vuelve aspa de molino. Otro piensa que en castellano el yes traducido al sí parece una afirmación más cortante y seca. La sutilidad le hace enredarse en malezas. No es lingüista y los sonidos de las palabras, según se hablen en uno u otro idioma, no es lo suyo. Tampoco tiene tiempo para pajas mentales sobre diptongos y fonemas, pues un niño acaba de colocarse en el asiento contiguo al suyo. "¿Qué tal el cole?", pregunta para congraciarse. El infante, tras mirarle con la misma indiferencia que dedica al paisaje, centra su atención en un sodoku. El susodicho paisano hombre, con callo en varapalos y desdenes, vuelve a la carga: "¿Te gustan las matemáticas?". El niño hace un mohín de impaciencia y responde en voz baja: "Lo que me gusta es que no me distraigan cuando estoy haciendo algo".


El autobús para. Suben dos japonesas. Al conductor le preguntan por el Palacio de la Magdalena. Tras atender las indicaciones que éste les ha facilitado, se acomodan en la parte trasera. Dicen que no existen los regalos inesperados. En ese trayecto si lo hubo. Una de ellas, poco después de sentarse, cantó a capella una estrofa de un lieder de Schubert, el 'Die liebe das Wandern'...  al amor le gusta caminar'. Fuera del bus morrineaba y, en su interior, los ojos de algunos viajeros también se hicieron lluvia menuda y mansa.

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