lunes, 4 de enero de 2010

No hay cambio

"No hay cambio que valga. Tu verás lo que haces. O tomas las lentejas o no hay visita a los belenes...". Al niño empachado de legumbres, hace años que le crece la barba. Hoy, mientras viaja en el autobús camino de la oficina, oye retumbar en su cabeza aquella voz que le conminaba a comer. Ya no está. Lleva años  en el cementerio. El hombre mira desde una ventanilla los letreros luminosos que le evocan otras Navidades. Se niega a caer en el pozo de la melancolía por bruno e innecesario, y aunque el crío que fue le brujulea el interior al llegar estas fechas, él le da un portazo y dice fuera.

Es mentira -le susurra una voz al lado- que el arte sea un ejercicio de libertad, tal como le dijo su madre. Una poetisa de mucha carne mechada y poco tuétano. La mujer rimaba mar, viento, remo y barca sin conseguir desplegar la vela. Al tipo las incursiones al pasado le llegan como las borrascas. Con anuncio previo. Es su mujer la que barrunta el cambio súbito de la euforia a la depresión. "¡Niño!, no te quiero ver místico...".

Al autobús sube un conocido. El hombre intenta hacerse el sueco, pero el otro sujeto tiene día de locutor deportivo; y en menos de lo que canta un gallo le abruma con los mejores goles de su equipo. Pelmazo, latoso, tostón, le aúlla el adentro, mientras abandona el cuatro ruedas a toda prisa. Antes de que la portería se le venga encima, y ligue el arte con el hígado y otras vísceras.

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