jueves, 14 de enero de 2010

Silencio

Hay días en que uno amanece ágrafo. Hoy es uno de ellos. El terremoto que ha convertido a Puerto Príncipe en un cementerio inmenso, se apodera de la cabeza, llega a los pies y sacude el alma con los gemidos de haitianos que nunca conocerá... "Tú, ¡estás vivo! Ya lo creo que lo estás. He visto como subías al autobús municipal; Más, date por muerto. Un trago de ron no te alivia. Llevas encima un ataúd, y otro, y otro. Y eso no lo arregla la literatura ni un mordisco a la yugular de Dios", susurra una voz desconocida que el viento cuela blasfemo.

Qué coño dices de frío y de nieve... ¡qué burla es esa!. Gustav Mahler se queja. Trompetas y cuerdas- opina el maestro- desafinan. Ha oído a las fuerzas telúricas romper las entrañas de la isla y sabe que él no tiene contrapunto para el bramido que supera trompas, tambores y timbales. Beethoven, entretanto, escribe un réquiem en una esquina del cielo. El sordo se lo toma con tiempo, pasa de la naturaleza caprichosa y vuelve ligeras y, a la vez, profundas las notas de do-re-mi-fa-sol-la-si-do-dó...

Un viajero pide silencio en el bus. Al igual que el resto de viajeros, él acaba de oir en la radio que los muertos se cuentan por miles."En nombre de lo creado y lo que está por crear, no habléis hoy de vuestras cosas", dice. El conductor del cuatro ruedas apaga la emisora. Otro pasajero, con voz de viejo profeta, reconvierte el ruego del hombre, en mandato solidario: "Dejad que el silencio os recorra, peregrino. Y que el duelo de los rotos sea hoy, inmensamente nuestro".

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