jueves, 4 de febrero de 2010

No te enteras

-Tíaaaaaa, que no te enteras.
-No soy sorda. ¿De qué me tengo que enterar?
-De que me voy.
-¡Anda! chuchurrío, qué broma es esa.

La pareja parladora pone en la mañana radiante un escalofrío al sol. Eso piensa por lo bajo un viajero, y otro y otro, tras prestar oído a su conversación, sin disimulo alguno, en el autobús municipal. Y eso, casi seguro, que es así. Y, no tanto, por la forma despiadada con que se miran, ni por las palabras con las que indigestan a sus compañeros de viaje la mañana-que experiencia hasta el hartazgo tiene la humanidad en desamor-Lo que eriza los pelos es la incomunicación que se palpa entre ellos, al margen de violencias y otras gaitas.

-Tiaaaaaaaa, paso de ti. No me sigas.
-¿Por qué?. Acaso, porque te quiero.
-No. Estoy hasta los huevos. Muérete.
-No quiero morirme. Quiero vivir contigo.
-Eso ya no es posible. Me voyyyy...
-¿Hay otra?
-Hay miles. Pero no va por ahí la cosa.
-Entonces ¿por dónde va?
-Va porque no quiero vivir contigo ni quiero vivir aqui.
-Lo que me faltaba por oir.
-Pues no he empezado.

El hombre se apea rápido al llegar a la parada de la estación. Ella le sigue con la mirada. De  nuevo arranca el autobús y en ese instante, la mujer grita: ¡Guarro, guarroooo!...un viejo se levanta de su asiento y le da palmaditas en el hombro para que se calme. "Ya verá como vuelve... ya verá", dicen entonces unas paisanas, expertas al parecer en desaires. A la solidaridad -que se propaga como una llama- la sofoca de inmediato la queja de otro adulto: "Acabo de escuchar en la radio algo sobre las pensiones, pero como esta señora gritaba, no he podido entender qué".

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