lunes, 26 de julio de 2010

Santiago

Santiago. Las ruedas del autobús municipal cantan la fiesta del patrón de España.  ¡Arriba, abajo ! Que sí, que sí, dice el volante al conductor para que hable. ¿Que si qué? pregunta éste. ¡Ah! yo que sé... noche clara de verano.

En la batalla de Clavijo el color de la montura poco importa. Olvidada la gesta del apóstol -aún no vencido el prejuicio de moros y cristianos- la verdad de los peregrinos madruga por los caminos de Europa. Son tantos y tan distintos ¿Quién les llama? De Galicia, a donde van, no vienen ya a Castilla, ni a parte alguna de España, los afiladores de cuchillos y navajas, tampoco los segadores de hoces y guadañas. Sólo los políticos van y vienen con su montón de promesas falsas: constante que permanece como hierba mala. Ya no se llama abuso la explotación del pobre, aunque el dolor de costillas siga vigente, tanto hoy como ayer, apunta el freno sin pedir vez para opinar. ¡Fuera amargao, fuera pesimista!, recalca el tubo de escape y ¡Buen Camino, buen camino!, replican las ventanillas al paisaje: agua, arenas y barcos devuelven felices el saludo.

El borracho intenta que la farola le de
un beso. Madrugada del domingo, cohetes y estrellas. En Santiago estaban ayer los Reyes. La ofrenda nunca falta el 25 de julio, tampoco el botafumeiro, ni la multitud, aunque el hijo del Zebedeo siga callado como un muerto.

Todos de fiesta, todos al ruido, que es la juerga del silencio, un lujo que no se gasta. Una vieja dice que en la parada huele a orines. Un viajero de sombrero de fieltro y ala ancha ruega a la señora que se deje de vainas. "Bastante trabajo tengo -asegura el hombre- con mantener a raya a cristianos e infieles". Ella repara en su barba y cree haberle visto antes en una hornacina.

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